lunes, 21 de septiembre de 2009


" Y entonces sentí un gran deseo de comunicar la paz o la felicidad, esa peligrosa palabra que no debe pronunciarse y que de pronto había llegado a mí. Pero sólo se me ocurrió apretarle la mano. Lo hice sólo una vez, y casi al instante el me devolvió el apretón, y lo hizo dos veces. Los dos mirábamos hacia el cielo casi blanco, y con otro apretón de manos volví a decirle que le quería. Me respondió de la misma forma. Creo que nunca, ni antes ni después he mantenido con nadie una conversación más íntima, más explícita, ni tan bella. Aquel parque solitario, aquel hombre y aquella niña solitarios, aquel vagar sin rumbo y aquel silencio. Un parque sin gente, cubierto de nieve, un estanque de cristal y la ausencia de palabras y de ruidos - si hubiera caído la última hoja del último árbol de invierno, la habríamos oído - para no romper la conversación muda que habíamos inventado entre los dos, mano a mano."

Ana María Matute
Paraíso inhabitado